Reflexión del Evangelio del Domingo 21 de Abril (Santiago Suárez, sj)

Evangelio según San Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: Él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.


Hoy no es un día cualquiera, celebramos la Pascua del Señor, el acontecimiento más importante para los cristianos. El misterio de la  Resurrección nos pone de frente a la realidad de un Dios que radicalmente apuesta por la vida, pues, como afirma San Irineo de Lyon, “la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios”.

El texto del Evangelio nos sugiere un juego entre las tinieblas que representan a la muerte y la luz de la Resurrección: “… cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro”. La oscuridad de la madrugada representa la vivencia de los discípulos del drama del Viernes Santo, cuando la muerte de Jesús pareció matar la esperanza que habitaba en el corazón de ellos. Tal oscuridad en su propio corazón les impedía ver. Sin embargo, al ser alcanzados por el hecho de la Resurrección pueden realmente ver y creer. Ese hecho misterioso de la piedra quitada permitiendo la entrada de luz en una tumba, el lugar oscuro por antonomasia y símbolo de la muerte, provoca en los discípulos un mirar renovado de la realidad: ahora sí comprenden las Escrituras, es decir, ahora pueden, de alguna manera, ver a Dios en su acción redentora y esa visión los transforma, les da una vida nueva. Como consecuencia de esta experiencia los discípulos salen a iluminar el mundo con la luz de la Buena Noticia, la muerte ha sido vencida.

Esa luz que brota de la Resurrección del Señor mantiene encendida la llama de la esperanza y nosotros la hemos recibido en el bautismo. Pidamos, pues, la gracia de hacer brillar esa luz de esperanza en medio de un mundo que no siempre parece apostar por la vida, para que cada vez sean más los que dejen atrás la oscuridad y que puedan cantar con alegría profunda “¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!”.

Santiago Suárez, sj
Estudiante Teología

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