San Martín: El prócer en nuestro día a día

Nacido en Yapeyú, actual Corrientes, la infancia de San Martín se desarrolló principalmente en España. Llegó a la península a la edad de seis años, y allí recibió toda su formación. A los 11 años ingresó como cadete en Murcia; promediando la edad de 30 años ya era teniente coronel, habiendo luchado en Europa y el norte de África.

Podríamos decir que nuestro prócer tenía una vida hecha en el viejo continente. ¿Qué haría hoy uno de nosotros que está en esa situación? ¿Quedarse en Europa o volver a nuestra patria?

Sin embargo, enterado de los sucesos de 1810, San Martín dejó todas sus condecoraciones de lado y volvió para luchar por las Provincias Unidas del Río de la Plata. Sin dudas una apuesta sumamente osada.

El resultado ya lo conocemos, y nos lo han repetido a lo largo de los años en la escuela. Pero detengámonos nuevamente a valorar el proceso. Si bien aquella patria era otra, tenemos que tener en cuenta que San Martín no era querido por todos. El director supremo Carlos María de Alvear, y el más tarde presidente Bernardino Rivadavia llegaron a ser verdaderos enemigos del libertador. De hecho su rivalidad con el primer presidente le valió el no poder ver a Remedios de Escalada durante los últimos días de vida de ésta.

Y ahora nos preguntamos, salvando las distancias, ¿quiénes son los San Martín de nuestro día a día? O bien ¿Qué pensaría el prócer si estuviera hoy aquí entre nosotros? Son algunas incógnitas que van surgiendo y que pueden servirnos como consignas a la hora de pensar y rezar sobre nuestra realidad. Al mismo tiempo, las máximas que escribió para su hija Mercedes, entre las que se destacan la caridad con los pobres e inspirarle amor a la verdad y odio a la mentira, siguen vigentes al día de hoy.

San Martín trabajó hasta sus últimos años en Francia y murió en el exilio, en medio de distintos problemas económicos, por los que tuvo que vender sus propiedades en nuestro país y el Perú, hasta reclamando algunas deudas. Un coraje enorme, pero un corazón aún mayor, fueron sin dudas dos de las virtudes más grandes que tuvo aquel a quién hoy debemos, en gran parte, nuestra libertad.

Ignacio Pueyo

Imagen: Pablo Bernasconi

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