Reflexión Evangelio Domingo 21 de Junio (Alfredo Acevedo, sj)

Evangelio según San Marcos 4,35-41.

Al atardecer de ese mismo día, les dijo: «Crucemos a la otra orilla».Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?». Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!». El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.

Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?».Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?».

Lo primero que me gusta hacer es ubicar el texto en su contexto. Porque si se lee este fragmento del evangelio de Marcos de manera aislada, podemos hacerle decir cosas que no dice.

Tomar el texto que la liturgia nos propone y comenzar a leer desde un poquito antes, para no perder el sentido que el evangelista ha buscado darle. Eso es ubicar el texto en su contexto. De ese modo, descubrir cuál es la Buena Noticia para mí, hoy, será mucho más fácil. Esa ha de ser la pregunta que cada uno ha de responder –y responderse- al final de su oración.

Si se mira el capítulo 4 de Marcos, se verá que aparece un Jesús que habla, que enseña en parábolas, y no sólo eso, sino que además, las explica. Pero lo importante no es sólo ver qué dice Jesús, qué enseña, o qué imágenes utiliza para hablar del Reinado de Dios. Es importante ver también los destinatarios de esta enseñanza.

El Evangelio de Marcos nos presenta tres tipos de personas.

Los primeros son los que están cerca de Jesús, a su lado, y por eso lo escuchan y buscan cumplir su Palabra. Son los que pretenden intimidad con él, los que buscan amarlo y seguirlo. Son los discípulos.

Los segundos son los que están no tan cerca pero que buscan acercarse. No se convencen del todo de su mensaje. Están, más bien aprendiendo en qué consiste lo que este hombre habla y enseña.

Por último están “los de fuera”. Los que se han acercado por mera curiosidad o para ver dónde está el error de este nuevo maestro. Son los que simplemente curiosean desde fuera pero sin ninguna intención de acercarse a Jesús.

La pregunta que podríamos hacernos es ¿dónde estoy yo? ¿Dónde me ubico en mi seguimiento? Porque de acuerdo a dónde sienta que estoy, esa será la enseñanza que el Señor me hará.

A los primeros, es decir, a los que están cerca, Jesús les explica las enseñanzas; al segundo grupo, simplemente, les narra las parábolas, pero a otros, a los que están fuera todo se les presenta en parábolas, para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone. 4,12

El evangelista distingue claramente las personas que rodean a Jesús. Ayer, como hoy, las motivaciones para estar cerca del Señor son muy diversas. Pero con sus amigos más cercanos, Jesús tiene un trato especial. A la gente no les habla sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado. 4,34

Jesús tiene una relación íntima con sus amigos. Jesús no tiene otro modo de relacionarse con nosotros que no sea de tú a tú. Tú le dices su nombre y él dice el tuyo. Después de esta predicación, Jesús dice a sus discípulos que pasen a la otra orilla. Despiden a la gente que había estado con ellos y se embarcan mar adentro. Podríamos imaginar que Jesús, cansado de predicar, se acuesta y queda profundamente dormido. Pero lo llamativo no es eso, sino lo que sucede después.

El Evangelio narra que se levantó un fuerte viento y que los discípulos se asustaron tanto que su sentimiento contrastó fuertemente con la paz y serenidad de su Maestro. Jesús dormía plácidamente.

La pregunta Maestro, ¿no te importa que perezcamos?, que el evangelista pone en boca de los discípulos, denota una falta de conocimiento casi total de los discípulos sobre la persona de Jesús. Es claro que aún no conocen a Aquel que los había invitado a seguirlo. Jesús tiene que seguir presentándose. Tiene que seguir manifestándose. Primero lo hace a través de sus palabras, y ahora, de sus acciones.

Jesús increpa al viento y calla al mar, y todo se calma. Todo, menos sus discípulos que, al parecer, quedan más desorientados que antes. Los que habían sido instruidos personalmente son los que menos entienden. Su falta de fe es clara, y el Evangelio así lo hace notar. Ellos se llenaron de temor y se preguntaban quién sería este hombre.

Paradójicamente, la fe que no tienen los discípulos es la fe que tiene la gente, que tiene la comunidad. Basta con recordar la escena del capítulo dos, donde unos amigos llevan a un paralítico donde Jesús para que lo cure, y como no tenían lugar en la casa, lo hacen entrar por el techo. Dice el Evangelio que Jesús, viendo la fe de ellos, dice al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados… y luego lo hace caminar. La fe es un elemento clave.

A veces, puede ocurrirnos lo mismo. Creemos que estamos cerca de Jesús porque cumplimos con lo que la Iglesia pide, cumplimos los ritos y mandatos, obedecemos los mandamientos pero conocemos poco a Jesús. Entonces, ante la primera tempestad de la vida, perdemos de vista la presencia silenciosa de Dios que siempre está. Y no sólo eso, sino que también, esos problemas son los que nos muestran que nuestra fe en Dios no era como creíamos. Porque puede pasarnos que, como los discípulos, creemos que nuestro Dios va a dejarnos perecer ante el primer problema. Como si su función, por decirlo de alguna manera, no fuera otra que la de protegernos de las diversas tempestades que nos ofrece la vida. Y ahí es donde hay que decirle al Señor, “Señor, no importan las tempestades ni los problemas. Sé que vendrán, porque así es la vida. Pero si tú estás conmigo, yo nada temo. Ayúdame a confiar más en ti”.

O decir con San Ignacio, tal como pone en la petición de la Segunda Semana de los EE, pedir conocer internamente al Señor, para más amarlo y seguirlo.

Por intercesión de San Luis Gonzaga, santo jesuita, a quien recordamos hoy. Pidamos esta Gracia para nosotros, nuestra familia y nuestro país.

Alfredo Acevedo, sj
Estudiante Teología

Publicación anterior
En el Espíritu de la Verdad
Publicación siguiente
Meditación en la Villa

Publicaciones relacionadas

No se han encontrado resultados.
keyboard_arrow_up