Reflexión del Evangelio del Domingo 20 de Mayo (Maximiliano Koch, sj)

Evangelio según San Juan 20, 19-23

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.


La liturgia de este domingo nos invita a recordar, hacer presente y abrirnos a las invitaciones que el Espíritu Santo nos hace. Poco sabemos acerca de esta Persona de la Trinidad, puesto que las Escrituras han descripto, más que nada, las acciones del Padre y del Hijo. Sin embargo, las lecturas de hoy nos ayudan a reconocer cómo actúa y qué produce su acción.

El Espíritu nos invita a salir y anunciar

La Primera Lectura nos recuerda el momento en que los discípulos, visitados por el Espíritu, recibieron el don de anunciar lo que ellos habían experimentado al estar cerca de Jesús, con independencia de las culturas, las lenguas, las tradiciones. Así, un pequeño grupo de seguidores expandió una forma de vivir, de relacionarse, de amar, buscando lo que une a los seres humanos por encima de cualquier diferencia.

El Espíritu nos invita a anunciar. El anuncio puede ser incómodo y puede llevar a que experimentemos el rechazo. A lo largo de los tiempos –y, lamentablemente, aún hoy en algunos lugares-, cristianos fueron perseguidos, torturados y asesinados por invitar a otros que reconozcan a Jesús como el Salvador. Los Apóstoles también padecieron la incomprensión y, aun así, frente a un tribunal inquisitorio, se animaron a decir: “no podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hch 4,20).

El Espíritu nos invita a anunciar, a llevar un mensaje, a compartir un modo de vida, en el que la comunión fraterna prevalezca por encima de las condiciones sociales, económicas, culturales. Bienaventurados los que escuchen esta invitación y se animen a salir de las comodidades para acercarnos a los necesitados de la Palabra, del pan y del amor.

El Espíritu nos invita a buscar la unidad en nuestra diversidad

Los desafíos no solo se presentan frente a aquellos que no conocemos y que carecen de un proyecto o sentido de vida o sufren la marginación, discriminación o desigualdad. También aparecen junto a aquellos con los que compartimos nuestra vida cotidianamente: compañeros de trabajo, amigos, familia. Solemos experimentar que las relaciones no siempre son fáciles y que lazos profundos se distancian por las diferencias en los modos de actuar, en creencias, de ideales.

También el Espíritu nos impulsa a romper estas dinámicas de desconfianza, a reconocer en el otro a un hermano y compañero de camino. Nos conduce a romper todas las lógicas humanas y mirar aquél proyecto que nos une a pesar de las diferencias. Sentimos en nuestro interior que todos los argumentos que hemos almacenado y cuidado para justificar rencores y resentimientos se caen y parecen vacíos. Y deseamos abrazar al otro y acogerle sin buscar palabras que lo justifiquen.

Pudiendo reconocer que lo que nos une es que “Cristo es el Señor” y que a esto lo pronunciamos guiados por el Espíritu (1 Cor 12,3), podemos ver que las diferencias no son amenazas. El ‘otro’ no es un enemigo y sus ideas y sus modos son posibilidad de conocer nuevas formas de amar o, simplemente, de entender la realidad que nos proponemos transformar.

Bienaventurado los que escuchan esta invitación y se animan a tender puentes con los distanciados, los diferentes, los que necesitan ser acogidos.

El Espíritu nos invita a amar como Dios nos ama

Finalmente, según el Evangelio, somos invitados por el Espíritu a entrar en la dinámica del amor de Dios y actuar con nuestros hermanos como Él mismo actúa. Irracionalmente, sentimos deseos de darnos gratuitamente a los demás, sintiendo que esto nos dará vida en plenitud. Lo que nos motiva no es que los demás merezcan ser amados, sino la acción del Espíritu que nos lleva a cumplir aquel mandamiento que Jesús nos dejó.

Y así, entrando en la lógica del amor de Dios, se nos invita a perdonar, a liberar a las personas de sus cargas, de sus culpas, de sus sufrimientos. Jesús nos enseña que el perdón no se ejerce desde el poder y la distancia, sino compartiendo el pan, los sufrimientos, la palabra. El perdón opera cuando acogemos incondicionalmente la vida del otro y le ayudamos a descubrir los horizontes que el Señor le ofrece.

El Espíritu nos invita, de este modo, a ser prójimos, a no tener miedo a mirarnos a los ojos y escuchar la palabra del otro, sus sentimientos, dolor y deseos. Bienaventurados quienes escuchen esta invitación y se conviertan en reconstructores de ciudades en ruinas, repobladores de lugares arrasados (Is 58,12).

Maximiliano Koch, sj
Estudiante Teología

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