Reflexión del Evangelio del Domingo 19 de Noviembre (Patricio Alemán, sj)

Evangelio según San Mateo 25, 14-30

Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos es como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. “Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado”. “Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor; ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor”. Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: “Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado”. “Está bien, servidor bueno y fiel; ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor”. Llegó luego el que había recibido un solo talento. “Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!”. Pero el señor le respondió: “Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes”.


En la parábola que la liturgia nos presenta este domingo, hay una frase del servidor “malo y perezoso” que me llama mucho la atención: “aquí tienes lo tuyo”. Cuando su señor le pide cuentas del único talento que le entregó, el servidor lo desentierra para devolvérselo. Este servidor nunca reconoció que ese talento fuera de él, sino que lo sintió como una gran responsabilidad de cuidar algo ajeno.

Podemos pensar que a nosotros también se nos confía un solo talento: la propia vida. Y que en ella hay un dinamismo misterioso que nos permite multiplicarla cuando la ponemos en juego. Es decir, cuando nos animamos compartirla con y por otros. Cuando, a pesar de nuestros miedos a perderla, a perdernos nosotros mismos, o a perder personas queridas, nos lanzamos a la aventura de entregarla porque nuestro amor es más grande que esos miedos. Pero para ello necesitamos confiar en quien nos ha dado ese talento. Ese Dios que no sólo nos ha dado la vida, sino que se comprometió radicalmente a defenderla y salvarla. Y todo ello, movido por su ser de Amor.

El servidor malo y perezoso no confió en su señor, sino que le tuvo miedo. Tuvo miedo del bien asignado. Y por ello lo enterró. Enterró aquello que era para compartir y multiplicar. A nosotros también nos puede pasar eso de pretender enterrar, ocultar y silenciar ese don que se nos regala. Tenemos miedo a arriesgar, a perder, a salir lastimados, a quedarnos solos. Preferimos vivir escondiendo ese talento y escondiéndonos del mundo. Pero en nuestro interior nos sigue llamando e interpelando aquello que enterramos. Aquella vocación a la vida vivida desde el amor. Aquel llamado a dejar que nuestra vida se vuelva pan para otros.

Animarse a confiar en nuestro Señor implica confiar en el deseo que él tiene para mi talento. Por eso, ojalá que el día que nos encontremos con él, no le digamos “aquí tienes lo tuyo”, sino que le digamos que amamos la vida como propia. Que amamos las vidas de otros, también como propias. Que nos comprometimos con la vida todos, especialmente con la de aquellos que se encontraban solos y abandonados. Porque, finalmente, la pregunta que se nos hará el día del juicio será aquella que escribió Pedro Casaldáliga: “¿has vivido? ¿has amado?”. En este domingo del Señor, pidámosle que nos regale la gracia de confiar en Él para poder vivir confiadamente desde el Amor.

Patricio Alemán, sj
Estudiante Teología

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