Necesidad de Abnegación

“Somos, cada uno a nuestro modo, un campo de batalla. Tenemos resistencias. Un yo a veces excesivamente abultado se convierte en barrera que nos impide ser alcanzados por Dios, y abrirnos a los otros.

De ahí la necesidad de abnegación. Que no es negarse a sí mismo, sino sobre todo afirmar al Otro. Abnegación es otra palabra que nos asusta. Y nos debe asustar si la entendemos como una anulación de la propia identidad, como una forma de perfeccionismo moralizante o como un puro voluntarismo. ¿De qué se trata entonces? En un mundo a veces excesivamente ego-centrado, se trata de recordar que la única afirmación válida no es la de uno mismo. Abnegarse es la cruz de la moneda. Afirmar algo -Dios y el prójimo- es la cara. Abnegarse es dejar que disminuya un yo que, si se infla demasiado, me cierra a Dios y a los otros. Todos conocemos gente llena de sí que nada más cabe. Abnegarse es, en realidad, afirmar a los demás y al Dios que nos vincula a los otros tanto como a uno mismo.

Las prácticas ascéticas, tal y como las entiende y vive Ignacio, son el intento de domar la propia voluntad, de exigirse, para ser libre en el seguimiento. Visto desde el presente, aun nos inquieta y nos hace fruncir el ceño el ver como concreta eso. Nos parece inquietante esa opción que implica dañarse. Hoy, sin duda, los acentos son diferentes. Probablemente las concreciones también han de variar. No compartimos un tipo de prácticas, que nos chocan y tal vez nos disuenan, especialmente lo que tiene que ver con ese dolor forzado. Seguramente preferimos insistir en las batallas que ya trae la vida, y reconocemos que tomarlas en serio, y no huir de ellas, implica suficiente sacrificio. Pero, en todo caso, seguimos valorando la necesidad de una austeridad que nos abra a la verdadera riqueza, una sobriedad que nos abra a la verdadera plenitud, una parte de renuncia que nos ayuda a afirmar lo que merece la pena, y una abnegación que nos abra al evangelio. Que es al final de lo que se trata.

Cuando miramos aquel universo de prácticas de Íñigo, hoy dejamos de lado aquello que, propio de una época y contagiado por una mentalidad, ha quedado ya superado. Pero podemos mantener la capacidad de mirar afuera, de apostar, afirmar y valorar lo otro. Aunque a veces nos resulte exigente y arduo. Esa capacidad que Ignacio describió, magistralmente, como salir del propio amor, querer e interés.”

José María Rodríguez Olaizola, sj
del libro “Ignacio de Loyola, nunca solo”

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