Reflexión del Evangelio del Domingo 14 de Abril (Pablo Michel, sj)

Evangelio según San Lucas 19, 28-40

Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino a Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: ‘¿Por qué lo desatan?’, respondan: ‘El Señor lo necesita’”. Los enviados partieron y encontraron todo como él les había dicho. Cuando desataron el asno, sus dueños les dijeron: “¿Por qué lo desatan?”. Y ellos respondieron: “El Señor lo necesita”. Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino. Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían: “¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!”. Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos”. Pero él respondió: “Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras”.


Hoy, domingo de ramos, Jesús vuelve a entrar en Jerusalén. Hoy, en tantas partes del mundo, nos reuniremos como pueblo para recibir a nuestro humilde Rey con ramos de olivos. Hoy, volveremos a alabar a Dios Padre por la presencia milagrosa de Jesús en nuestras vidas.

El domingo de ramos es la gran puerta que se nos abre todos los años para que entremos en la Semana Santa. Nos disponemos una vez más a actualizar el misterio de la pasión de Jesús, de su amor hasta el extremo, y de su resurrección. No será entonces un simple recuerdo, sino recurrir a la memoria que tiene la fuerza de traer al presente aquello que amamos, la memoria que tiene la fuerza de actualizar hoy el misterio central de nuestra fe.

Por eso es hoy que Jesús vuelve a entrar en Jerusalén. Por eso el domingo de ramos es un día de tanta ilusión y alegría. El Señor de los milagros se sienta sobre un sencillo asno y entra en la ciudad santa, en nuestro barrio, se dirige a nuestra capilla, camina hacia nuestra parroquia.  Jesús viene, traigan sus ramos, avisen a los vecinos… Se suele decir que es el domingo del año que más gente acude a la iglesia. No me extraña, nos adentramos en la semana más vibrante del año, en la que está todo por vivirse nuevamente, la ilusión está intacta, todo es esperanza. Si no lo aclamamos nosotros hoy, lo harán las piedras…

Sabemos que la Semana Santa será de una tensión en aumento. En esta semana Jesús desplegará toda la fuerza de su mensaje, realizará gestos que no olvidaremos jamás, e instituirá la Eucaristía, la fuente y el destino de nuestra vida. Pero nuestra esperanza e ilusión estallarán en mil pedazos el viernes, como un frasco de perfume. La misma liturgia de hoy nos lo adelanta abruptamente con la lectura de la pasión. Jesús cenará con nosotros por última vez el jueves, y entregará su vida el viernes en la cruz. Aunque probablemente muchas personas acudirán al vía crucis y caminarán junto a Jesús, ya no serán tantas como hoy, domingo de ramos. En la adoración de la cruz del mismo viernes, seremos aun muchos menos. El sábado, un silencio de expectación volverá a llenar el mundo. Es justo allí donde culmina la lectura de la pasión que leemos en la Misa de hoy.

Será en ese silencio sepulcral que volveremos a preguntarnos por nuestro destino como seres humanos. Volveremos a preguntarle a Dios qué tiene para decirnos frente al muro oscuro e infranqueable de la muerte. Y el sábado, durante la noche más santa de todas, Dios Padre volverá a darnos su respuesta.

Hoy, de nuevo, el domingo de ramos es la puerta. Podemos pasar…

Pablo Michel, sj
Estudiante Teología

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