Jerusalén

Jerusalén es considerada una ciudad santa. Santa desde el punto de vista de las religiones monoteístas, pues para los cristianos es el lugar de la muerte y resurrección de Jesucristo, para los musulmanes, el lugar desde donde el profeta Mahoma ascendió a los cielos, y para los judíos, la ciudad donde se encontraba el arca de la alianza y el templo, lugar de culto y sacrificio a Yhwh. Jerusalén es, por tanto, una ciudad santa. Sin embargo, basta hacer un poco de memoria o consultar algunos periódicos para descubrir que también es un lugar de conflicto y tensión. Judíos y palestinos, pero también las grandes “potencias” con sus intereses, son la expresión de un territorio marcado por la guerra y el odio. Un conflicto que lleva años sin resolverse, y que tardará otros tantos en encontrar los caminos de paz. Pero esta tensión política también se traslada al ambiente religioso. El Santo Sepulcro, por ejemplo, Iglesia que acoge el recuerdo de la muerte y resurrección de Cristo es el lugar santo por excelencia para los cristianos. Sin embargo, también allí, católicos y ortodoxos, coptos, sirios y etíopes, defienden sus espacios y tiempos de oración para evitar que otros se los “quiten”, olvidando –muchas veces- que se reza al mismo Señor.

Pero en medio de tanta diversidad y tensión, Jerusalén no deja de ser “la ciudad santa”. La ciudad donde miles y miles de personas acuden con fe y devoción para buscar las huellas de Jesús, o hacer sus oraciones frente al muro de los lamentos, o visitar la Meca desde donde ascendió el profeta Mahoma a los cielos. Cada peregrino busca vivir con fe su relación con Dios. Por eso, Jerusalén es santa en su diversidad.

Allí se vive lo que expresa el documento elaborado por el Papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb: “El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser diferente». (1)

Dios quiere mostrarse en esta diferencia, no en la homogeneidad de lo cómodo y seguro. El Dios que nos revela Jesús no es un dios homogéneo sino Trino, familia, diverso, como la Ciudad Santa.
Para los cristianos, Jerusalén es la ciudad que condenó a Jesús, pero  también la que fue testigo de su resurrección.

Pero cabe aclarar que Jesús no era de Jerusalén. Su familia pertenecía a la Galilea, la parte norte del país, una zona más rica, con más posibilidades que el sur. Pero Jesús, como buen judío, visita la Ciudad Santa. El evangelista Lc, por ejemplo, menciona dos visitas (2,22; 19,28) a diferencia de Jn (2,13; 5,1; 7,10; 12,12). Pero lo importante es que Jerusalén, tanto ayer como hoy, es una ciudad de contrastes, de diversidad y tensiones, una ciudad de santidad. Como toda vida que se precie de estar en búsqueda de un más, que se anime a asumir las cuestiones profundas de la existencia para llevarlas hasta el límite de la generosidad y la valentía.

Sólo así, la vida –como la ciudad- será santa, no por los méritos propios sino por la gracia de Dios que ha querido habitar en medio de la diversidad y la tensión, como en Jerusalén, la ciudad santa.

Alfredo Acevedo, sj

(1) Fraternidad humana, segundo punto de la declaración.

Domingo de ramos, Especial Semana Santa, jerusalen, Lugares de Pasión, Santidad, semana santa, vida
Publicación anterior
María al pie de la Cruz
Publicación siguiente
Reflexión del Evangelio del Domingo 14 de Abril (Pablo Michel, sj)

Publicaciones relacionadas

keyboard_arrow_up