No sabes lo feliz que vas a ser

Cuando aún dudaba si dar mi si a la misión una amiga me dijo que la haga, que sería la mejor pascua de mi vida, y juro que no se equivocó.

Llegue a la misión vacía, con un montón de dudas, con miles de miedos, con una herida que hacía poco me había dado cuenta que aún no había cerrado,  pero con muchísimas ganas de encontrarlo a Dios. Me pasaba que desde hacía bastante tiempo no lograba sentirlo, pero al momento de anotarme algo dentro de mi me pedía que lo hiciera.

Fue así que, de esa forma, llegué a la Vuelta del Paraguayo. El primer día fue bastante movido, llegamos allá a media mañana, misionamos hasta al mediodía y también a la tarde, tuvimos la misa del jueves santo, luego juegos con los nenes y por último, después de cenar, la adoración.

Fue en la capilla, estaban todas las luces apagadas y había un caminito de velitas que te conducían a Jesús eucaristía.

Me senté sola, delante de todo, cerré los ojos y sólo me deje llevar por las canciones y esa enorme necesidad que tenía dentro de estar con Jesús. A medida que el tiempo pasaba sentía que cada vez estaba más adentro mío y a la vez más cerca de Dios.

Sin dudas fue el encuentro más fuerte que tuve con Él en toda mi vida. Nunca antes me había sentido tan plena como en ese momento, realmente entendí que solo Dios basta y me di cuenta que al final todo radicaba en abrir nuestro corazón.

Lo único que tenemos que hacer nosotros es abrirnos, dejarnos llevar por Dios, y Él obra, Él sabe todo eso que nosotros necesitamos por más que a veces ni siquiera nosotros lo sepamos; porque Dios está más adentro de nosotros, que nosotros mismos.

En ese momento sentí que Jesús vio mi herida, me hizo saber que estaba allí y me permitió comenzar a sanar. Me regaló una de sus gracias y me hizo feliz. Me dio eso que yo tanto necesitaba pero que no lo sabía. Recién después de sentirlo y disfrutarlo pude empezar a caer en la cuenta de todo lo que había pasado.

Al finalizar la adoración me sentía completamente llena, sin ningún miedo, ni duda, sabía con certeza que era ahí donde debía estar, que era ahí donde Dios me quería.

Y fue así que comenzaron a transcurrir los días de la Semana Santa. Cada casa era un tesoro por descubrir, del cual aprendíamos un montón, desde cosas técnicas del barrio hasta enseñanzas de vida.

Y el domingo volví a casa con el corazón repleto de alegrías y amor, con un nuevo grupo de amigos en Cristo y con ganas de llevar a este Jesús resucitado a todos los lugares de mi vida. 

Y ahora te invito a vos a qué le abras el corazón al Señor, no te das una idea de lo feliz que vas a ser.

Azul Mussi Favre
Misión de Pascua 2018 (Alto Verde, Santa Fe)

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