El amor mas grande

Antes de partir cada uno a su Paraje, Marcos, el párroco, nos envió diciéndonos: “El que cree saberlo todo, no puede aprender nada…”  Y así me fuí para Santo Domingo Pellegrini: despojado de lo que creía saber, dispuesto a asombrarme, con ganas de poder compartir ese Amor tan grande que llevábamos pero que también estábamos esperando encontrar. Y esa creo que es la definición por excelencia del misionero, simplemente es quien comparte a Jesús, siempre, en todo.

Volver al monte santiagueño es una de las cosas más sencillamente impresionantes que he vivido. Parece que Cristo está en todos lados. En realidad, siempre está en todos lados, el problema es que la rutina y los dramas (no tan dramas) cotidianos nos inundan y enceguecen. Pero Boquerón te frena y te hace consciente de tus sentidos. El tiempo ya no corre y los ojos se abren. Se puede apreciar un rostro, una mirada, una sonrisa. Se puede disfrutar del cielo, de las estrellas y del atardecer. Se puede conocer en profundidad a alguien, darle verdadero valor a las palabras y escuchar  . Te haces consciente de vos, de lo que sos, de lo que tenés y de lo que podés dar. Te haces consciente del otro, de su realidad, de sus alegrías y sonrisas, de sus tristezas y cruces. Todas cosas que me pasan en el día a día santafesino, pero simplemente pasan. Ojalá siempre podamos gustar de la vida como cuando se está en el monte santiagueño.

El recibimiento de la gente me dejó sin palabras, no hubo casa que no nos haya abierto la puerta. Al vernos venir ya preparaban las sillas para esperarnos. Y en esa charla, entre mate dulce y tortilla asada, Cristo amigo y sencillo se hacía presente.

Generalmente al mediodía la gente nos invitaba a comer a sus hogares, pero el penúltimo día volvíamos al club donde dormíamos sin planes viendo que íbamos a cocinar. Al pasar por enfrente de una de las casas, uno de los abuelos del paraje empezó a agitar los brazos y a gritarnos, mucho no entendíamos por la distancia. Al acercarnos nos dijo “Las empanadas ya están listas” y nos invitó a pasar. En una de las casas más humildes de todo Santo Domingo me di cuenta de lo gigante que es Dios.

Avivar el fuego era una de las actividades que más me gustaba. Todas las mañanas había que buscar debajo de las cenizas alguna brasa que pudiera encender la fogata que nos mantedría calientes en las frías noches de invierno. Y esa imagen quizás es la que me llevo, nosotros como esas pequeñas brazas, que desde lo más sencillo podemos avivar el calor del amor de Cristo amigo y sencillo en el otro. Ojalá el Amor más grande de todos los amores siempre queme nuestras vidas! Y así desde la sencillez de esa pequeño carbón encendido, compartir.

«No siempre podemos hacer grandes cosas, pero si podemos hacer cosas pequeñas con gran amor.» Madre Teresa de Calcuta

Agustín Peti Nicolet
Grupo Misionero San Francisco Javier
Misión Julio 2018 – San José del Boquerón

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