Enséñame, Señor, Tu modo de proceder

Señor, meditando el modo nuestro de proceder he descubierto que el ideal de nuestro modo de proceder es el modo de proceder tuyo. Por eso fijo mis ojos en Ti, los ojos de la fe, para contemplar tu iluminada figura tal como aparece en el Evangelio. Yo soy uno de aquellos de quienes dice S. Pedro «A quien aman sin haber visto, en quien creen, aunque de momento, no lo vean, rebosando de alegría inefable y gloriosa.»

Señor, Tú mismo nos dijiste: «les he dado ejemplo para que me imiten» Quiero imitarte hasta el punto que pueda decir a los demás: «Sed imitadores míos, como yo lo he sido de Cristo». Ya que no puedo decirlo físicamente como San Juan, al menos quisiera poder proclamar con el ardor y sabiduría que me concedas, «lo que he visto con mis ojos, lo que he tocado con mis manos acerca de la palabra de Vida; pues la Vida se manifestó y yo lo he visto y doy testimonio».

Dame, sobre todo el «sensus Christi» que Pablo poseía, que yo pueda sentir con sus sentimientos los sentimientos de tu Corazón con que amabas al Padre y a los hombres.

Jamás nadie ha tenido mayor caridad que Tú, que diste la vida por tus amigos, culminando con tu muerte en cruz en total abatimiento. Quiero imitarte en esa interna y suprema disposición y también en tu vida de cada día, actuando en lo posible, como tu procediste.

Que aprenda de Ti tu modo de comer y de beber; cómo tomabas parte de los banquetes; cómo te portabas cuando tenías hambre y sed, cuando sentías cansancio tras las caminatas apostólicas, cuando tenías que reposar y dar tiempo al sueño.

Enséñame a ser compasivo con los que sufren, con los pobres, con los paralíticos, con los leprosos, con los ciegos; muéstrame cómo manifestabas tus emociones profundísimas hasta derramar lágrimas o como cuando sentiste aquella mortal angustia que te hizo sudar sangre. Y, sobre todo, quiero aprender el modo cómo manifestaste aquel dolor máximo en la Cruz, sintiéndote abandonado del Padre.

Esa es la imagen que contemplo en el Evangelio, ser noble, sublime, amable, ejemplar; que tenía la perfecta armonía entre vida y doctrina; que hizo exclamar a tus enemigos; «eres sincero, enseñas el camino de Dios con franqueza, no te importa de nadie, no tienes acepción de personas», aquella manera varonil, dura para contigo mismo, con privaciones y trabajos; pero con los demás lleno de bondad y amor y deseo de servirles.

Eres duro, cierto, para quienes tienen malas intenciones, pero también es cierto que con tu amabilidad atraías a las multitudes hasta el punto que se olvidaban de comer; que los enfermos estaban seguros de tu piedad para con ellos; que tu conocimiento de la vida humana te permitía hablar en parábolas al alcance de los humildes y pequeños; que ibas sembrando amistad en todos, especialmente con tus amigos predilectos, como Juan o aquella familia de Lázaro, Marta y María, que sabías llenar de serena alegría una fiesta familiar como Caná.

Tu constante contacto con el Padre en la oración antes del alba, o mientras los demás dormían era consuelo y aliento para predicar el Reino.

Enséñame tu modo de mirar, cómo miraste a Pedro para llamarle o para levantarle; o cómo miraste al joven rico que no se decidió a seguirte, o cómo miraste bondadoso a las multitudes agolpadas en torno a Ti, o con ira cuando tus ojos se fijaban en los insinceros.

Quisiera conocerte cómo eres; y tu imagen sobre mi bastará para cambiarme. El Bautista quedó subyugado en su primer encuentro contigo. El Centurión de Cafarnaún se siente abrumado por tu bondad; y un sentimiento de estupor y maravilla invade a quienes son testigos de la grandeza de tus prodigios. El mismo pasmo sobrecoge a tus discípulos; y los esbirros del huerto caen atemorizados. Pilatos se siente inseguro y su mujer se asusta. El centurión que te ve morir descubre tu divinidad en tu muerte.

Desearía verte como Pedro, cuando sobrecogido de asombro tras la pesca milagrosa, toma conciencia de su condición de pecador en tu presencia. Querría oír tu voz en la sinagoga de Cafarnaún, o en el monte, o cuando te dirigías a la muchedumbre «enseñando con autoridad», una autoridad que sólo del Padre te podía venir.

Haz que nosotros aprendamos de Ti en las cosas grandes y en las pequeñas, siguiendo el ejemplo de total entrega al amor del Padre y a los hombres, hermanos nuestros, sintiéndonos muy cerca de Ti, bajaste hasta nosotros, y al mismo tiempo tan distantes de Ti Dios infinito.

Danos esa gracia, danos el «sensus Christi» que vivifique nuestra vida toda y nos enseñe -incluso en las cosas exteriores- a proceder conforme a tu espíritu.

Enséñanos «tu modo» para que sea «nuestro modo» en el día de hoy y podamos realizar el ideal que Tú has soñado para nosotros, colaboradores tuyos en la obra de la Redención.

Pedimos a María, tu Madre Santísima, de quien naciste, con quien viviste 33 años y que tanto contribuyó a plasmar y formar tu modo de ser y de proceder que forme en nosotros, otros tantos Jesús como Tú.

Pedro Arrupe, sj
«El modo nuestro de proceder», 18 de agosto de 1979

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