El mal del momento

El mayor mal no es la pobreza ni el hambre; tampoco las guerras o la violencia. En cada esquina del mundo hay angustia, pero tampoco a esto me refiero.

Es casi una ecuación: más tecnología igual más incomunicación. La incomunicación es un serio problema, pero… tampoco el peor del momento.

La ciencia avanza día a día en la lucha contra nuevas enfermedades, pero nuevos virus siempre van un paso más por delante; sin embargo tampoco resulta ser el mal que agobia el momento.

Pobreza, agresión, violencia, hambre, incomunicación, enfermedades… son todos hijos del verdadero mal del momento. Nietzsche dijo, para vivir solo uno tiene que ser un animal o un Dios. Génesis 2: “No es bueno que el hombre esté solo”.  Acá, es donde encontramos el verdadero mal del momento. La soledad es mala consejera. El aislamiento te vuelve débil, frágil.

Aunque resulte difícil de comprender, acompañado todo es más fácil, a pesar de esto vivimos escapando al compromiso de unirnos, unos a otros, de compartir con el otro.

Nadie quiere la soledad sin embargo todos tienen soledad. No estar solos requiere esfuerzo, un esfuerzo que muy pocos hacen.

Te entiendo y está bien dudar, reflexionar, incluso está bien tener miedo, pero a veces hay que avanzar. Juntar coraje y atreverse a hacer eso que nos da pánico, pero una vez que damos el primer paso todo desaparece y eso, eso es atreverse.

Podemos abandonar ese lugar seguro, solitario y animarnos, o acobardarnos y quedarnos en ese aislamiento solitario. El coraje es el que hace las cosas distintas, una vez que perdimos el miedo y lo hacemos, nos damos cuenta que al final, no era tan difícil.

Nos cuesta darle la mano a la vida y dejarnos conducir pero resulta tan sencillo, solo se trata de soltar amarras y dejarnos llevar, dejar que el viento nos lleve a donde debemos ir, con quien debemos ir.

Porque cuando uno está en el lugar donde debe estar, todo fluye, todo se disipa, hay compañía, no más soledad, todo es como debe ser, más fácil aún.

“Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba,… estabas conmigo y yo no estaba contigo.” San Agustín. Muchas veces, buscamos esa compañía afuera, lejos, pero está muy cerca, tan cerca que a veces no la vemos. La vida está llena de señales que nos conducen, solo hay que saber verlas.

Dios, nos acompaña en la oscuridad, nos da aliento en la tristeza, nos da amor y ánimo para no estar más solos, para lograr vencer el peor de los males y así, estar en compañía.

Priscila Torielli

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