Contemplar la cruz

Contemplar la cruz: manifiesto y apertura

La Cruz de Jesús, contemplada un sábado como hoy,
es manifiesto de aquello de lo que es capaz el amor de Dios:
la Pasión asumida y ofrecida del Hijo,
la Compañía honda y segura del Padre,
la Fuerza latente y presente del Espíritu.
Y es apertura a la promesa de lo que se viene:
la acción resucitadora y en silencio del Amor,
la atracción y glorificación del Dador de todos los bienes,
la paz y el oficio de consolar del Resucitado.

En esta cruz del Sábado Santo ya no está el cuerpo de Jesús. En un registro más cronológico, sabemos que lo han sepultado. Y en un registro más “kairológico”, creemos que ha descendido entre los muertos.

Mientras Jesús va a buscar a Adán, y en él a cada uno de nosotros; mientras Él sigue extendiendo su mano (anástasis) para rescatar y poner de pie; mientras nosotros aguardamos en vigilante espera esos signos de la resurrección… la cruz sigue allí.

Desde mis primeros años como jesuita, la frase “Fija está la cruz, mientras se mueve el mundo” ha quedado grabada en mi corazón. Esas breves palabras, bien de la espiritualidad de los cartujos, estuvieron por mucho tiempo grabadas en la pared al lado del gran crucifijo en la capilla de la Casa de Ejercicios de Villa San Ignacio (Barilari), en San Miguel, al lado del entonces Noviciado, donde muchos de nosotros hemos rezado de rodillas, como el joven que aparece en la tapa del libro del Maestro Fiorito, un “clásico” de nuestra espiritualidad ignaciana.

Y volver a contemplar la cruz, nosotros que también seguimos dando vueltas, y andamos a las corridas, nos “centra”, nos detiene, nos conecta… nos remite a lo esencial: el amor primero de Dios; y ahí estamos invitados a estar, un buen tiempo, reconociendo las evidencias de su amor que se ofrece, que acompaña, que está presente. Y también estamos invitados a esperar, a anhelar desde lo más profundo, esa Resurrección que nos restaura y nos lanza: nos hace sus testigos, sus enviados, y la prolongación –en el aquí y ahora- de su paz y consuelo.

Ignacio Rey Nores, sj

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