Un maestro franciscano en Kenia gana el Premio Nobel de Eduación

En una aldea de Kenia, enseña a jóvenes de etnias enfrentadas y en situación de pobreza extrema. Los empodera.»Como maestros, estamos obligados a ver lo mejor en ellos», dice el ganador del Global Teacher Prize, antes de su visita a la Argentina.

El mejor maestro del mundo anda cruzando continentes como un rockstar en plena gira. Le tocó a él, pero la suerte pudo haber caído en cualquiera de los otros nueve finalistas al Global Teacher Prize, un premio creado hace cinco años por el filántropo millonario indio Sunny Varkey para reconocer a aquellos que tienen el más importante oficio que existe, que es enseñar.

Peter Tabichi fue elegido ganador en una ceremonia que tuvo la magnificencia y el glamour de una entrega de galardones del cine o la música. Alfombra roja; cientos de invitados; show de luces y baile; Hugh Jackman oficiando la gala; la felicitación, en persona o con mensajes grabados, de líderes de la talla de Bill Clinton, Tony Blair, Al Gore, Leonardo DiCaprio, el papa Francisco y Bill Gates; el príncipe heredero de Dubái presidiéndolo todo, y un millón de dólares como distinción. Con todo eso se encontró este padre franciscano de 37 años cuando, desde la Kenia profunda de la que no había salido nunca en su vida, llegó hasta el hotel Atlantis The Palm, de Emiratos Árabes, el pasado mes de marzo.

A Varkey, el filántropo, le decían que distinguir a los docentes como si fueran actores de Hollywood iba en contra del espíritu de la educación. Él, un emprendedor tozudo que empezó como chofer en la escuelita de su padre y que hoy maneja más de 130 colegios públicos y privados en 14 países, hizo oídos sordos. Decidió seguir su instinto de querer honrarlos con bombos y platillos, alentado por un pensamiento que lo obsesionaba: «¿Cómo es que las estrellas de los realities de TV tienen más espacio en los medios de comunicación que las personas que realmente influyen en nuestros destinos?».

Los presidentes, políticos, ejecutivos, científicos y poderosos que mueven los hilos de la humanidad tuvieron alguna vez un maestro de escuela. Seguramente, ninguno en este momento esté recordándolo como van a recordar a Peter sus alumnos de la Keriko Secondary School de Pwani, Kenia, por el resto de sus vidas. Son jóvenes que caminan varias horas para llegar al colegio, por caminos que en época de lluvias son imposibles y bochornosos; duermen en casas precarias y comparten cama y ropa con los demás miembros de sus familias; muchos son huérfanos de madre o padre; no tienen luz eléctrica y estudian con lámparas de gas que, con el paso del tiempo, dañan la vista; recorren largas distancias para traer agua que cargan en sus cabezas; no usaron nunca un inodoro ni una ducha, se bañan con jarritos; están expuestos a las enfermedades asociadas a la pobreza que flagelan al África subsahariana -como malaria, tuberculosis, cólera, neumonía, VIH, y meningitis-; se criaron en el escenario bárbaro de enfrentamiento de etnias que históricamente caracterizó a esa región del Valle del Rift; comen cada día lo mismo -por lo general, una mezcla de frijoles y maíz que les sirven en el colegio, porque en sus casas muchas veces no hay comida-… Y, además, estudian mucho. Aunque en medio planeta hay millones de niños y adolescentes que se crían en situaciones similares, estos tuvieron la exclusiva suerte de cruzarse con alguien que ha creído en ellos a pesar de sus circunstancias.

Ante la pregunta de cómo hace para enseñar en su aldea, Peter respondió:

“Lo único que tenés que hacer es tenerles fe, asistirlos para que desarrollen su potencial y convencerlos de ese potencial. Es en lo que estuve ocupado todos estos años.”

Peter enseña Ciencias y Matemáticas a jóvenes de entre 11 y 16 años. Ser creativo, abrazar la tecnología y promover métodos modernos de enseñanza son los pilares de su oficio. La tiene difícil. Por ejemplo, para buscar e imprimir material de estudio, debe ir -en su motito- hasta el único cíber de la zona, a varios kilómetros de distancia, donde se entrega a la suerte de que ese día justo funcione bien internet. Pero trabajos de sus alumnos fueron distinguidos en el Campeonato Keniata de Ciencias, en la Real Academia de Química de Reino Unido y, hace un par de semanas, en la Feria Internacional de Ciencia e Ingeniería de Phoenix, Arizona. Dos de sus estudiantes viajaron a Estados Unidos a recibir el galardón por un instrumento de medición para no videntes, que desarrollaron en el club de ciencias de la escuela. Se trata de dos chicas. Viniendo de una región en la que las mujeres son prácticamente moneda y mercancía de supervivencia, el mérito de Esther Amino y Salome Njeri es doble.

Son muchísimas las circunstancias que pueden combinarse en África para mantener lejos de las aulas a las niñas -dice el maestro-. Según nuestra cultura, solo sirven para preparar la comida en la casa y para encargarse de ir a conseguir agua. A los niños se les dice que esas no son tareas para ellos, pero sí para ellas. Lo que sigue es que automáticamente se quedan sin tiempo para hacer los deberes y concentrarse en el estudio. Entran en el colegio ya en una posición de desventaja. A eso hay que sumarle que debido al sistema de dote que se aplica cuando se casan, para muchos padres son apenas una fuente de ingresos. Muchos festejan cuando nace una niña, porque algún día podrán hacer dinero con ella. Las animan a que se casen rápidamente, por temor a que mueran antes de alguna de las enfermedades que asolan la región». Los programas que Peter lleva a cabo son para empoderarlas y hacerles dar cuenta no solo de que merecen reconocimiento, sino de que pueden influir en el mundo. «Quiero ayudarlas a conseguir un sentido de logro. Además, cuando inspirás a una mujer, automáticamente inspirás a los varones que la rodean: cuando un chico ve que lo superan académicamente es como que se despierta y empieza a trabajar más duro. Educar a un niña trae efectos positivos en toda la escuela y en la sociedad en general».

Silvina Dell’Isola
Fuente: Nota publicada en La Nación

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