Reflexión del Evangelio del Domingo 16 de Julio (Fabio Solti, sj)

Evangelio según San Mateo 13, 1-23

Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: “El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y éstas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!”. Los discípulos se acercaron y le dijeron: “¿Por qué les hablas por medio de parábolas?”. Él les respondió: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: ‘Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los sane’. Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron. Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”.


Hoy nos toca compartir una lectura que tiene mucho de riqueza en cuanto a su contenido.
Nos podríamos detener en dos partes:
El momento previo a la parábola y la parábola propiamente dicha.

Por un lado me gustan el verbo de la acción de Jesús: salió de casa. Jesús sale “hacia”. Jesús sale “para”. Hacia y para nosotros. Él es el totalmente disponible siempre. El que está esperando para decir una palabra.
Hoy la “palabra” está en un momento de la historia en que se la subestima y abusa y no se la usa.
En el principio era la palabra, dice el prólogo del evangelio de San Juan.
La palabra estuvo con nosotros y está con nosotros.
La palabra es lo mas importante que tenemos para construir y debemos valorarla como tal. Tenemos que hacernos conscientes del valor de la palabra, de lo que discernimos con ella, de los que anunciamos con ella.
La palabra puede mudar la realidad. La palabra puede construir.
El tema es desde donde la “usamos” y no ese otro desde donde que nos hace “abusar” de ella y subestimarla.
El “desde donde” la usamos tiene que venir del diálogo con Jesús.
Si volvemos al evangelio Él sale al encuentro y aquellos que acreditan en su palabra acuden a Aquel que tiene algo que decirnos.
Jesús no nos impone nada. Simplemente nos convida a una relación. El movimiento es duplo: el está ahí, totalmente disponible, y yo puedo acudir.
Acudo desde mi libertad y mi responsabilidad. Libertad que me mueve a querer escuchar esa palabra y responsabilidad que me mueve a anunciarla y “obrarla”. No simplemente atesorarla para mi, que de hecho ya es muy bueno, mas la Palabra me convida a compartirla. A hacerla vida en mí y en otros.

En el evangelio de hoy Jesús nos dice con un lenguaje simbólico: el lenguaje parabólico. En esta parábola que compartimos hoy Jesús expone los diferentes “oídos”.
El órgano del oído tiene la sensibilidad para poder oír. Esa es su especificidad. Mas oír, no es escuchar.
¿Cuántas veces “oímos” ésta parábola? ¿Cuántas, la escuchamos?
Escuchar quiere decir usar la sensibilidad de mi oído y desde, otra vez, mi libertad y responsabilidad atender aquello que me dicen. Escuchar implica intencionalidad. “Quiero” escuchar.
Quiero escuchar la palabra para poder decirla y ser escuchado. Decirla y transformar la realidad a una realidad de Reino de Dios.
Tenemos que empezar a usar las facultades de que gratuitamente nos ha provisto el Creador: Inteligencia, libertad, responsabilidad.

Que ojalá, podamos acudir a la escucha de lo que Jesús tiene para decirnos. Como acudieron los del evangelio. Como acudieron otros tantos antes de nosotros.
Que ojala nos animemos a evocarla también a otros. Como se animaron a evocarla tantos.
Y por último, que me anime a obrar a partir de la palabra escuchada y dicha. Y que la coherencia también hable por mi de Él. Que mi tierra sea fértil.

Fabio Solti, sj
Estudiante Teología

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