La voluntad de Dios, mi voluntad, la libertad y otras circunstancias

Buscar la voluntad de Dios… ¡Qué frase! ¡Qué meta! ¡Qué reto! Cuando Ignacio defina lo que son los ejercicios espirituales, reflejando su propio itinerario vital e interior, esta propuesta resonará con fuerza. Ejercicios Espirituales, ocasión para prepararse, «para quitar de sí mismo las afecciones desordenadas, y buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de la propia vida» ( EE.EE. 1)

Buscar la voluntad de Dios. Una propuesta inmensa y difícil al tiempo. ¿Nunca te lo has preguntado? ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Nunca te lo ha planteado alguien, llenándote de incertidumbre? «En la vida te conviene buscar la voluntad de Dios…» Y tú te quedas ahí plantado, con cara de susto, preguntándote cómo se hará eso, y en qué consiste eso de la voluntad de Dios. Te inquieta pensar que te falta una sensibilidad especial que otros sí parecen tener, para detectar, sentir, descubrir y ver claramente que Dios quiere que hagas esto y no esto otro.

Es semejante a lo que ocurre cuando la gente pregunta por esto de la vocación, y mitifica la «llamada», como si se tratase de tener línea directa con Dios, que con inconfundible claridad te va a decir: «Ahora haz esto», y «ahora haz lo otro». En realidad no es tan claro, ni tan explícito, al menos no en la mayoría de los casos. Y el mismo ejemplo de Íñigo nos lo deja ver.

Conviene huir de una imagen demasiado pasiva de las existencias. Como que Dios fuese el que maneja los hilos y nosotros sólo marionetas que tenemos que dejarnos mover. A veces resulta excesivo pensar que Dios «quiere» que hagamos tal o cual cosa: ¿Me compro esto o no me lo compro? ¿Hago este viaje o no lo hago? ¿Leo este libro o este otro? Dios quiere que vivamos conforme al evangelio. De esto se trata. En realidad, la voluntad de Dios no anula nuestra voluntad, ni nuestra libertad, sino que pasa por ellas. Lo que Dios quiere y sueña, para la vida de cada ser humano, es la capacidad de vivir con dignidad y -supuesta la dignidad de las situaciones humanas- abiertos a una trascendencia que nos devuelve al mundo para vivir en él construyendo el Reino; de acuerdo con la lógica de un amor que se refleja en Jesús de una forma definitiva: el amor pascual. Cada uno de nosotros, en función de nuestra vida, educación, carácter, historia y circunstancias lo vamos concretando, descubriendo cuál es la opción en la que más podemos vivir esa vocación común. Dejándonos guiar también por lo que el Espíritu de Dios suscita en nosotros.

En nuestras opciones, en nuestra familia, nuestros trabajos, la manera en que elegimos vivir (sí, también se trata de elecciones personales), buscamos esa voluntad de Dios. Pero una voluntad que pasa también por nuestra propia voluntad -seducida por el evangelio- y nuestra libertad. De esto se trata en definitiva. ¿Hay una vocación definitiva para mí? Sí. Esa vocación común  de la humanidad querida y creada por Dios; y una concreción particular, exclusiva, mía; que tiene que ver con mi manera única y definitiva de ser, de amar, de sentir, de vibrar y de luchar, en el contexto y tiempo en el que me ha tocado vivir.

José María Rodríguez Olaizola, sj

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