La meta de la oración en los Ejercicios Espirituales

Puede parecer contradictorio que Ignacio de Loyola, hombre de oración y a la vez gran maestro y pedagogo para enseñar a orar, expresara sospechas sobre la oración. En efecto, el P. Gonçalves da Cámara, sj en su Memorial comenta lo siguiente: “‘(A) un verdaderamente mortificado bástale un cuarto de hora para se unir a Dios en oración’. Y no sé si entonces añadió sobre este mismo tema lo que le oímos decir otras muchas veces: que de cien personas muy dadas a la oración, noventa serían ilusas. Y de esto me acuerdo muy claramente, aunque dudo si decía noventa y nueve” [196]. La contraposición entre verdaderamente mortificado y las personas muy dadas a la oración como ‘ilusas’ no deja de ser chocante. Sin embargo, si nos adentramos en su concepción de la plegaria, entenderemos el por qué de esta contraposición.

Tenemos motivos para considerar que el proceso de los Ejercicios constituye una pedagogía de la oración difícilmente superable. La oración, para no ser ‘ilusa’, tenía que estar implicada con la vida. Por ello, Ignacio pretenderá llevar a la persona a encontrar a Dios en todo, partiendo de que Dios y el mundo no son dos ‘realidades’ incomunicadas y contrapuestas: hay una única historia, que es historia de salvación, sagrada y profana a la vez. Sentido unitario, el de san Ignacio, que culmina en una trabazón teñida de espontaneidad entre contemplación y acción.

Al final de su Autobiografía, dictada a Luís Gonçalves da Cámara, sj; podemos leer que “…había hecho muchas ofensas a Dios nuestro Señor después que había empezado a servirle, pero nunca había consentido en pecado mortal; es más, siempre creciendo en devoción, es decir, en facilidad de encontrar a Dios, y ahora más que nunca en toda su vida, y siempre y a cualquier hora que quería encontrar a Dios, lo encontraba” [99].

Pues bien, toda su pedagogía sobre la oración apunta a esta meta. Hay que reconocer que él fue un maestro en realismo y objetividad: nunca se refugió en la subjetividad. Así, el crecimiento en “devoción” se referirá a crecer en facilidad de encontrar a Dios, meta, para él, de toda oración: se trata de hallar a Dios con facilidad en todas las cosas, puesto que Dios está implicado en la realidad, ¡es el Criador y Señor!

Para san Ignacio la vida espiritual, como la humana, es dinámica, nunca estática: o crecemos o disminuimos. No podía ser menos la devoción. Su experiencia es clara: siempre creciendo en devoción, y ésta consiste en facilidad de encontrar a Dios. Es una experiencia que por lo tanto no tiene nada que ver con ningún tipo de voluntarismo. A Dios se le encuentra en la suavidad y es hallazgo y sorpresa, no elucubración.

Este ‘crecimiento en devoción’ supone que a lo largo de la vida de Ignacio hubo una progresión: no es un logro que
se alcanza de una vez por todas. Por ello termina diciendo y ahora más que nunca en toda su vida.

Adolfo Chércoles, sj

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