La Cruz pasa hacia la Vida

Sin embargo, la Cruz sigue presente delante de nosotros: nos quiere decir algo, si la contemplamos con amor, atraídos por la fuerza del Espíritu que es el don de Cristo crucificado. Si la miramos con asombro y afecto, se vuelve grande, se vuelve atractiva como el calor y devoradora como el fuego: «se levanta, incluso, como un desafío».

Y entonces nos pide muchas cosas. A nosotros y a nuestras comunidades, a nuestra sociedad, a nuestra cultura, a nuestro mundo, «la Cruz pide verificar si hay caminos distintos del suyo para resolver los problemas humanos». La experiencia realista de la vida nos dice que el dolor, el sufrimiento, la muerte llenan de sí nuestra historia.

«Jesús no inventó la Cruz»: la encontró en su camino, como todo hombre. «La novedad que él inventó fue la de poner en la cruz un germen de amor. Así la cruz se convirtió en el camino que lleva a la vida, en mensaje de amor, en fuente de calor transformador para el hombre: ¡Es la Cruz de Jesús!».

Esa Cruz abraza, primero, a cada uno de nosotros, nos confía una misión en nuestra vida personal, en nuestra familia, en el ámbito de nuestras amistades, de nuestros conocimientos, en todas partes encontramos y encontraremos cruces. Pienso en tantas familias resquebrajadas o disueltas, pienso en tantas enfermedades no aceptadas, en bloqueos del corazón no resueltos, pienso en sentimientos y resentimientos amargos que torturan interiormente. ¡Cuántas de estas cruces suben y bajan por nuestras calles, se apretujan en nuestros buses, llenan nuestra ciudad!

A menudo son cruces sin nombre y sin esperanza. A veces son cruces maldecidas o solamente toleradas. Llevan a la desesperación, o sin mucho, a la resignación.
Jesús, desde la Cruz, nos invita a cada uno de nosotros, hoy, a poner todas estas cruces, y no sólo la nuestra, en relación con la suya.

«Jesús nos invita a sembrar también en ellas, como él lo hizo, el germen del amor y de la esperanza».

Carlo M. Martini, sj

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