Reflexión del Evangelio del Domingo 08 de Octubre (Patricio Alemán, sj)

Evangelio según San Mateo 21, 33-46

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “Escuchen esta parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: ‘Respetarán a mi hijo’. Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: ‘Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia’. Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?”. Le respondieron: “Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo”. Jesús agregó: “¿No han leído nunca en las Escrituras: ‘La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?’ Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos”. Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.


El evangelio de este domingo nos presenta una parábola sumamente confrontante y que, para comprenderla en su profundidad, es necesario que tengamos en cuenta las otras lecturas que la liturgia nos ofrece. En todas ellas, encontramos imágenes, espacios, tiempos y personajes comunes: una viña, viñadores, frutos, el tiempo de la cosecha, el dueño de la viña, etc. A través de ellas, Jesús nos comunica la dinámica del Reino de Dios en nuestra vida y en nuestras comunidades.

A lo largo de la parábola, hay una dinámica propia del Reino de Dios que en términos ignacianos podemos definir como “don y tarea”. La viña es un don dado a los viñadores con una tarea específica: para que sea cuidada y dé frutos. El mismo Reino es una promesa (don) que se nos ha dado, pero que necesita ser trabajado. Debemos comprometer nuestras manos en su siembra y en su cuidado. Es curioso que los viñadores en vez de comprometer sus manos con la siembra y el cuidado, las comprometen con la violencia y la muerte, signos de la dinámica del anti Reino.

La dinámica del anti Reino es fruto de reconocer la vida no como un regalo, sino como una construcción propia en la cual los frutos se miden en títulos y propiedades. Y para ello, sólo cuenta el propio esfuerzo. Popularmente decimos que cada uno cosecha lo que siembra. Así pues, la cosecha depende del trabajo que cada uno realice. Ello es lo que me permite exigir como propios los frutos obtenidos, y administrarlos como me plazca. Y, al mismo tiempo, me permite desentenderme de las cosechas de los demás: si no les ha ido bien, es porque no han trabajado lo suficiente, porque pierden su tiempo, porque no han aprovechado las oportunidades. Los viñadores consideran que la cosecha es fruto de su trabajo; la merecen y están en su “derecho” de defenderla.

Sin embargo, la lógica del Reino es distinta e implica reconocer la vida como don y tarea. Desde allí podemos entender el envío del hijo al encuentro con los viñadores. O, mejor dicho, podemos acercarnos al misterio y a la gracia de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo. Es una dinámica que constantemente sale al encuentro para revelarnos esa promesa y presencia gratuita, dinámica y transformadora del Padre en mi propia vida y en nuestra historia: “el Dios de la paz estará con ustedes” (Flp. 4). El Padre envía a su Hijo no sólo para hablar al corazón de los viñadores, sino también porque escucha el clamor de aquellos que han sido maltratados, marginados y violentados por quienes se han apoderado de la viña, de sus frutos y de sus vidas: “observa desde el cielo y mira: ven a visitar tu vid” (Sal. 80).

Pero también al Hijo lo arrojan fuera y lo matan. La novedad que el evangelio nos presenta es que el Padre no toma venganza. Al contrario, el Padre confirma el amor a su viña y la fe en los viñadores resucitando al Hijo. De este modo, el Padre toma “bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús” (Flp. 4). La antigua dinámica de los viñadores, según la cual cada uno obtenía lo que se merecía, queda destruida. El Reino se empieza a construir en Aquél que fue rechazado por los hombres, pero exaltado por el Padre, es decir, en el Resucitado. La autojustificación es reemplazada por la gratuidad de la salvación comunicada por el Hijo.

Cada uno de nosotros está invitado a vivir la experiencia del encuentro con el Resucitado. Sólo así podemos reconocer nuestra propia vida como un don amoroso que Padre nos ha regalado, y como una tarea de comprometerla con la siembra del Reino. Desde y con el Resucitado, respondemos a la tarea-misión de vivir y anunciar esa lógica del amor gratuito y misericordioso que deja atrás las dinámicas de venganza y violencia.

Patricio Alemán, sj
Estudiante Teología

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