Reflexión del Evangelio del Domingo 07 de Agosto (Maximiliano Koch, sj)

Evangelio según San Lucas 12, 32-48.

Jesús dijo a sus discípulos: “No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón. Estén preparados, ceñidas las vestiduras y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así! Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”.

Pedro preguntó entonces: “Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?”.

El Señor le dijo: “¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si este servidor piensa: ‘Mi señor tardará en llegar’, y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles. El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más”.


Vivir el camino que Jesús nos propone, en algunos casos, puede ponernos de cara a muchas incertidumbres e incomodidades.

A nosotros –que nos gusta gozar de las cosas buenas de la vida- se nos pide que nos preparemos y nos mantengamos en vela, a la espera de un “novio” que vendrá en algún momento de la noche. Es más: se nos pide que renunciemos a los proyectos de ser dueños y señores de nuestras vidas para ponernos en el lugar de servidores y administradores de los bienes de Otro. Debemos despojarnos de nuestro yo para dejar que sea Otro quien entre en nuestras vidas. Ni siquiera podemos controlar el tiempo en que vendrá, puesto que irrumpirá cuando menos lo esperemos.

El mensaje resulta tan incómodo que no es fácil incorporarlo, sobre todo cuando resuenan palabras como: “vendan sus bienes y denlos como limosna”, porque “allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón”.

Deberíamos reconocer sin más que, en lo secreto –y no tan secreto-, dudamos que esto sea realmente así, que sea esto lo que el Señor nos pide. Ciertamente nos sentimos más cómodos con textos en los que Jesús nos regala su paz o nos llama “amigos” sin pedir nada a cambio. Pero, en este caso, Jesús resulta tan insistente que no podemos “esquivar el bulto”: a lo largo de su relato ha puesto tres imágenes –la del servidor a la espera del novio; la del dueño de casa que no sabe a qué hora llegará el ladrón; y la del administrador fiel y previsor- para decirnos algo que contradice nuestro estilo de vida posmoderno, repleto de búsquedas de seguridades económicas y sociales.

Creo que este texto suscita temor e intranquilidad porque pensamos que todo lo que Jesús nos pide, es una condición para merecer su amor, para alcanzar la salvación. De hecho, ha sido Él mismo quien cuestiona dónde tenemos puesto nuestro corazón y la alternativa no parece permitir escapatoria: está junto a Dios o está junto al mundo.

Pero es el mismo texto el que ha anticipado una respuesta. Ha comenzado diciendo una frase que pasa desapercibida, pero que da verdadero sentido a todo lo que se menciona posteriormente: “No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino”.

Bajo este horizonte, todo lo que ha dicho Jesús sale de la órbita de las obligaciones y condiciones: nada tenemos que hacer para merecer a Dios. El Reino ya se nos ha dado porque Él lo ha querido y lo ha hecho gratuitamente. Dios habita entre nosotros y nuestras actitudes –aun las que se alejan de su proyecto- no cambiarán este hecho. Por lo tanto, no necesita que nos despojemos de todo ni seamos simples servidores o administradores como condición de su oferta: sólo pide que acojamos los regalos que nos ha hecho. Nuestro amor, nuestro lugar como servidores que confían en su Dios, se transformará en una respuesta ante lo que ya se nos ha dado.

Quizá sea esto lo que quiebra nuestra forma de pensar porque, ¿cómo se nos puede regalar algo bueno sin una doble intención? Y, sin embargo, Jesús ha insistido por activa y por pasiva que el “Reino de Dios está aquí”, animándonos a que lo experimentemos.
Para hacerlo, para acoger lo que Dios nos ofrece, serán necesarias actitudes profundas y no siempre sencillas, tal como nos advierte el texto del Evangelio:

– Como aquél que se atreve a vender todos sus bienes, tendremos que vivir con la despreocupación de quien sabe que ya lo ha recibido todo: su esfuerzo y voluntad no son necesarios para alcanzar el Reino;

– Como aquél que se reconoce como administrador y no como dueño de la propiedad, tendremos que vivir sin la apetencia de apropiarnos del mundo, objetos y personas, sino con la conciencia de ser servidores y seguidores de aquél que se inclinó a lavar los pies de sus amigos;

– Como aquél que se atreve a servir al novio, tendremos que vivir según sus tiempos, trabajando por mantener la casa limpia y la comida caliente, pero sabiendo que la fiesta sólo estará completa cuando él abra la puerta.

Acoger el Reino que se nos ofrece tiene una profunda recompensa: Jesús nos ha asegurado que Él mismo “recogerá su túnica, nos hará sentar en la mesa y se pondrá a servirnos”. Sólo basta que pongamos nuestro corazón al lado del suyo.

Maximiliano Koch, sj
Estudiante Teología

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