Cómo miro al otro

Muchas veces, ante la diferencia, ante el diferente, lo que hago es encaminar mis energías para asimilarlo a mi, a mis costumbres, mis valores, porque los creo los correctos. También está el miedo a lo diferente, a lo desconocido. A un modo de hacer las cosas que rompe con cómo yo las venía haciendo. El tiempo nos ha dejado un historial muy oscuro sobre cómo hemos tratado al diferente. Inquisiciones, adoctrinamientos, holocaustos, dictaduras. Todos ellos, siempre con el fin de salvar del “pecado”, del “mal” a una humanidad corrompida. Siempre con un fin que trasciende los medios, un fin mayor, que los justifica.

Hoy, creo que no estoy exenta de pequeñas inquisiciones. Pienso en cómo miro a ese que es radicalmente diferente a mí. Cuántas veces pretendo reproducir la mismidad (reproducir lo que es igual a mi), sin detenerme a mirar al otro. Y mirarlo bien. Porque con las mejores de las intenciones puedo catalogarlo como equivocado cuando simplemente es diferente.

La persona de Jesús siempre me interpeló en este tema. Él se sentaba a comer con prostitutas, ladrones, cobradores de impuestos. Y que el que hayamos escuchado esta frase repetidamente no nos quite el asombro. Hoy, esas personas con las que se sentaba Jesús serían narcotraficantes, corruptos, fiolos, “pibes chorros”, esos que “matan por robarte un celular”, pibes quemados por el Paco, ambiciosos, viciosos, explotadores… ustedes pueden imaginarse muchos más. Esos que son mirados (por nosotros) desde la condena. Y sí, creo que Jesús también se hubiera sentado con los que muchas veces, si no condenamos, al menos mantenemos una prudente distancia: travestis, homosexuales, ateos a ultranza.

Me encanta pensar cómo habrá sido la mirada de Jesús ante ellos. Muchas veces, cuando pienso desde la lógica del juzgar, del “deber-ser”, de lo “correcto”, caigo en la tentación de pensar que bueno, Jesús habrá sido misericordioso con ellos. Que él, como no excluye a nadie, también se sentó un rato con ellos (porque bueno, no los iba a dejar de lado). Me recuerda a esas veces que me vinculo con el otro, con el que es diferente a mí, como por “caridad», por “lástima”. Esas veces que me siento a escuchar sin escuchar, a mirar sin mirar, porque lo que veo y lo que escucho es un error, algo por enmendar, algo que tiene que corregirse (y parecerse a mi). Eso no es relacionarse con el otro. Eso es permanecer en la superioridad del yo, y la inferioridad de quien no es igual a mí.  

Jesús en esto es superador. No solo se sienta en la mesa con ellos, sino que nos dice que los veremos entrar primero en el Reino de los Cielos, antes que los “justos”.

Me gusta pensar que, como decía Nietzsche, lo que comparten en común los seres humanos es justamente la diferencia, el ser diferentes. En ese decir de Jesús se me llama a mirar con amor al que es otra cosa que yo, radicalmente diferente a mí. Y no solo mirar, sino admirar. Admirar su diferencia, lo que lo hace él y no yo. Es una tarea de fe, no de entendimiento, ni de razonamiento, ni de conciencia. Es una tarea de fe, porque muchas veces no comprendo lo que es diferente, pero sí me mueve desde dentro la certeza en la grandeza de la condición humana. La certeza en el amor del que es capaz toda persona, la certeza en que esa persona tiene para enseñarme, para darme y para dar. Desde su forma de ser.  Ya hemos visto que nadie se encuentra en condición de dictaminar lo que es correcto. Ya hemos visto que hay múltiples formas de ser y de amar.

La diferencia nos llama a ser mirada, reconocida. No es una tarea, en un principio, ni fácil ni cómoda. Como dije, es un acto de fe en el otro. Y mirando desde el amor, desde eso que nos hace hermanos, se nos permite alcanzar lo trascendente acá en la tierra, que es amarnos unos a otros. Al modo de Jesús, admirando, tal como se admira las virtudes de uno mismo, aquello que posee el otro, diferente a mí. Jesús miró al fondo de cada persona. Puede que nosotros no tengamos esa capacidad tan lúcida, pero nos mueve esa fe en la condición humana, una fe que va más allá de juicios morales y deberes ser. Y en ese dejarse empapar del otro, que aún no comprendo, el efecto puede ser realmente sorprendente.

Y al escribir esto pienso en mis más cercanos, en mi familia, mis amigos, mi novio, las personas con las que comparto mi tiempo. Pienso en esa tarea que me llama a llevar todo esto a mi relación con ellos, mis más próximos.

Milagros Raffa

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