En el principio el amor

Mateo 22, 36-40

«Maestro, ¿Cuál es el mandamiento más importante de la ley?

Jesús le contesto: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primer mandamiento y el más importante. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se basa la ley y los profetas.

AMAR, ¿QUÉ ES AMAR?

Puede decirse que, en el fondo, el pecado sólo dañó una cosa: el amor; y también puede decirse que la gracia de Dios, que Cristo ganó para nosotros en la Cruz, sólo restauró una cosa y a través de ella, todas: el amor.
Falta de amor: este es el nombre de la desgracia; plenitud de amor: este es el nombre de la Vida. Porque Dios es Amor.
En efecto, creados por amor y redimidos por amor, los seres humanos tenemos como primera referencia, como primer lenguaje, como única felicidad y como fundamental esperanza el amor. Nunca, pues, puede sobreestimarse su importancia en nuestra vida. Equivocarse en esto es equivocarse en todo.

Primera referencia, porque nuestro ser mismo no fue negociado sino simplemente otorgado, y dar, darse es como la naturaleza misma del amor. Lo primero, entonces, que nos pasó se llama amor; y a partir de ese primer y fundamental hecho miramos y valoramos los demás hechos.
Primer lenguaje, porque desde el momento en que el amor ha hecho posible la vida «mi vida y tu vida» desde ese mismo momento nos ha abierto a lo demás y a los demás. Desde que somos instalados en el ser la única llave que nos abre se llama amor. Los lenguajes que luego aprendemos: el de los gestos, las caricias, el llanto, las palabras, son siempre idiomas segundos cuya fuerza expresiva depende del idioma primero del amor. Cuando éste falta o ha dejado serias deficiencias, ningún gesto, ninguna caricia, ningún llanto, ninguna palabra logra reemplazarlo.
Única felicidad, porque sólo en el amor se detiene nuestro connatural anhelo de ser felices. Mal se llama felicidad lo que tiene fin, lo que desilusiona, lo que se compra, o lo que no sacia. Pasa la vida, se agota la vida, se derrumba la vida, y sólo sigue llamándose vida lo que ha construido el amor.
Esperanza fundamental, porque el apetito de amar y ser amado es lo que esperamos en lo que esperamos. ¿Será aquí? ¿Será él? ¿Será ella? Todo depende de qué se responda a una pregunta: ¿me amará? Feliz quien puede responder Sí, porque su Nombre es Amor.

EN MEDIO DE TORMENTAS: SÓLO EL AMOR.

Pasamos por momentos en la vida en los que nos sentimos sacudidos en nuestras seguridades y certezas. Tiempos de tormenta donde se nos zamarrea la barca y caen aquellas realidades en las que nos habíamos apoyado. Un acontecimiento inesperado cambia el escenario de la vida. En esos momentos nos asaltan sentimientos de incertidumbre y vértigo, perdemos claridad en las ideas y se agitan los sentimientos. Son tiempos de ruptura, de cambios, de crisis, en los que vivimos la experiencia de que las olas del lago de nuestra vida están embravecidas y se levantan muy por encima de nuestras fuerzas para contener.
Una primera tentación de este tiempo es que nuestra mirada quede amarrada a la inmensidad de las olas que nos rodean. Que nuestros pensamientos se enreden en la magnitud de la dificultad, el tamaño de las pérdidas o los problemas que nos acechan. Si nos quedamos aquí nuestro corazón quedará preso de la desesperación y no acertaremos en dar el paso necesario para transitar la tormenta.
Una salida en estos tiempos difíciles, es poner la mirada y las manos en el timón de nuestra barca, que es el elemento que nos permitirá maniobrar para sortear las olas y salir de los problemas. ¿Quién lleva el timón de nuestras vidas? ¿Dónde hemos puesto nuestra confianza y nuestras seguridades?

Y no se trata de pensar en cosas malas o dañinas. Muchas cosas buenas pueden amarrar y esclavizar el corazón, el trabajo, los amigos, los esfuerzos personales, las cosas bien habidas, una situación de vida, cuando se transforman en el centro de nuestra existencia. Muchas veces las tormentas que hunden estas realidades son oportunidades para “recalcular” la ruta y volver a centrar el corazón.
Cuando en medio de las tormentas, algunas cosas buenas se hunden, es sano dejar de mirar la magnitud de las pérdidas y preguntarnos por el centro de la vida, por quién lleva el timón de la barca.
Sólo la experiencia del Amor de Dios, de sentirnos creaturas amadas hasta el infinito, traídas a este mundo para ser amadas por Dios y para vivir en fraternidad ayudando a quienes nos necesitan, podrá llenar nuestra vida y ayudarnos a “recalcular nuestro rumbo” en medio de tormentas. Un sabio adagio dice que muchos “finitos”, no podrán llenar jamás nuestra sed de infinito. Sólo Dios llena nuestros espacios. Sólo Dios basta.

LA VIDA DESDE EL AGRADECIMIENTO

¡Gracias! es una de esas palabras cargadas de significado positivo. Tanto como para que al pronunciarla y al recibirla se produzca un áurea alrededor de lo que se agradece que afloja los corazones, los ablanda, los enternece, empiezan palpitar más acompasados…
Mirar las situaciones, las personas, los detalles, las vivencias desde el agradecimiento es achicarle el terreno al juez interno, es como prepararnos a mirar lo que abunda, lo que nos viene dado, mirando la realidad desde el don, desde la oportunidad y desde el regalo.
Aún, mirar las expectativas y los deseos desde el agradecimiento es como vivir aquello que anhelo como si lo tuviera, como si ya me lo hubiesen regalado. Es como empezar a disfrutar el anhelo de manera anticipada. Es como invitar al deseo a que con su fuerza construya realidad. Agradecer aquello que deseo como si fuera presente concreto y palpable.
Mirar agradecidamente la realidad, no importa el color que tenga, es achicar el espacio al juicio crítico, ponderar lo valioso que cada circunstancia tiene, capturar la excepción cuando parece que todo ¿todo? sale mal. Agradecer es rescatar, aún en las calamidades la presencia de don, de vida, de encanto que la realidad tiene… porque hay excepciones de bondad aún en medio de lo que parece calamidad.
La mirada agradecida es un estilo que se forja, que se entrena, que se desea, que se quiere vivir… estilo que acepta la realidad como es, claro – oscura, y decide vivir desde la claridad que tiene… y el corazón profundo, al final, deseará el agradecimiento incesante, como impulso y pujo de vida de la mirada inicial.

La mirada agradecida ensancha el alma, alegra el corazón, permite reconocer la valía, el manantial y la catarata de Amor que nos rodea en los rostros, en los gestos, en los colores, en mi vida, en la de mi hermano, en las risas, las lágrimas… y en cada oportunidad que la vida nos hace saber que hay Vida y que somos parte de ella.
Mirar con agradecimiento, dar las gracias, reconocer lo que nos viene regalado, seguir agradeciendo sin cesar, es atreverse a vivir de un manantial que no se agota, a desafiar las oscuridades y los dolores, porque el Amor ha ganado la partida y por tanto siempre ¡sí siempre! habrá don para agradecer.
Mirar con agradecimiento y alimentar la mirada del agradecimiento, es descubrir al Dios del detalle, al Dios de lo pequeño, al Dios cercano instalado haciéndose el encontradizo.
Tener una actitud de agradecimiento, es ganarle terreno a las actitudes de juicio y de crítica, es decirle a Dios todo aquello que disfrutamos y queremos seguir recibiendo de Él, para que nunca deje de dárnoslo, como si quisiéramos recordarle a ese Dios Amoroso que nos alimentamos de sus dones y que queremos seguir recibiéndolos. Agradecer por anticipado aún, como si forzáramos la generosidad del Padre (si pudiéramos!!) para que se enternezca ante el pedido de sus hijos amados.
Mirar agradecidamente, vivir del agradecimiento es simplemente vivir del Dios presente en toda ¡sí toda! nuestra preciosa y abundante Vida.

Javier Rojas, sj
Especial mes Sagrado Corazón

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